Sin la dicha de tus palabras agonizo a cada segundo que dura tu silencio
y una vida de futuros inciertos se abre ante unos ojos embotados de recuerdos,
salteados en un fuego lento que requeman mis lamentos más internos.
Abrasada mi más pequeña esperanza, tan sólo me queda el goce de mi aislamiento
entre barrotes forjados en azogue por un herrero caído del Olimpo.
Despojada de mi todo intento de fuga, sólo me queda gemir entre la paja húmeda
con la conciencia rota, con el alma herida y las vergüenzas esparcidas.
Nunca sentí sin duda que mi alma fue tuya, que tu cruel encanto sería mi presidio
y los besos que me diste acabarían siendo el sepulcro de mi júbilo.
Nunca pensé que tu cuerpo sería mi ruina, que tu ser y tu sonrisa borrarían la mía
con la maestría del dibujante de perfiles, del calcador de sueños pétreos
Atroz a mi perversa visión área, tu traicionero picado de azor envenado, me sobra
y resbala por el cuerpo empapado de mi sueño suculento, más veraz que eterno, más mordaz que sereno.
Antes de sucumbir borracho al embate de tu vaivén nocturno, sembraré el mundo de licores herbales
que macerados en el fondo de mi serpentín mareen las galaxias de angelicales festines,
idílicos, voluptuosos, tempraneros, juveniles, cardiacos, agonizantes y espontáneos al dolor terráqueo.
Mañana la resaca de los males, azotará mis posesiones, borrará los postreros soles de toda luz ridícula.
Hoy aún mareado por el solsticio de mi ansia sembraré el mundo de áloes calmantes, de pócimas maléficas,
tan atiborradas de elixir que quemaran el último de tus reductos virginales, con el mayor de mis dones.
PD: Esta es la primera y la última vez que escribo bajo los efectos de líquidos mareantes, la juventud, ya se sabe…